A la hora de escribir sobre la experiencia que he vivido a lo largo de un mes de animación con un grupo de personas capaces de entregar lo mejor de sus talentos, no me queda más que una placentera sensación parecida al vértigo.
Haber hecho animación en este tiempo, encerró muchos problemas con intervalos de trabajo obstaculizados, propios de una vorágine contraída, cada quién en su “metié”, por parte de nosotros… ¡Pero lo logramos! Y no me refiero solamente al haber podido terminar una cinta que nos enorgullece, me refiero a que logramos congeniar aptitudes, consiguiendo crear a voluntad, lo que cada quien tenía como deseo interior, una especie de deuda pendiente que nos acompañó desde nuestra juventud y que por problemas técnicos, ese sueño demoraba en llegar.
Conjugar disciplinas ayudó bastante al momento de embarcarnos. Diseñadores, artistas plásticos, realizadores audiovisuales, dibujantes, técnicos… cada una de estas actividades son inseparables, nadie lo duda, ya que terminaron formando un todo sin diferencias de peso, pero… ¿Se volvería más difícil si por el caso, alguno de nosotros viene siendo alimentado por escuelas disímiles a las del resto? No, al contrario, ¡ya que de ese modo se aprende!
Así nació la idea, y ella trajo la propuesta y esa propuesta tuvo bocetos y estos terminaron en realidades para las que hicieron posible, fotograma a fotograma, el viejo sueño de tratar de internarnos en un mundo imaginario, personal y maravilloso. Esta vez no estaría solamente dibujado, ni tampoco terminaría como una simple escultura en arcilla, ni siquiera sería solamente un trabajo en computadora… la realidad de poder llevar una historia conjugando nuestras artes a una película donde ya no fuéramos espectadores, sino esta vez y en primer orden participantes, daba vértigo!
Aprendimos a pensar en otro tiempo. Tuvimos que aprender a movernos en otra escala y sobre todo, a otro ritmo. No veíamos nuestros movimientos, sino a través de nuestros personajes… ¿Lo veíamos? No... ¡Lo sentíamos! Esas cosas no se ven sino una vez terminada la secuencia, pero si uno está lo suficientemente inmerso en lo que está haciendo, hasta se puede sentir como cada cosa comienza a cobrar vida.
Hacer “Metaloides” no fue fácil, nadie de nosotros lo duda. Hubo que inventar un mundo, quien sabe, hecho con piezas oxidadas pero todavía utilizables que estaban disimuladas en aquellos rincones atemporales de la mente de cada uno de nosotros. Pero los inconvenientes grandes o pequeños, fueron superados y con creces por las ganas y el deseo de tratar de regalarnos una pieza fílmica que, a esta altura, tiene el sabor de una pequeña obra hecha con pedazos de nosotros mismos.
Antes de finalizar ésta, mi muy personal impresión, quisiera agradecer al Jurado que nos regaló el placer de saborear nuestro éxito de una forma distinta. A los organizadores de “El Héroe”, Gustavo Nieva y Sergio Vázquez que nos alentaron a no bajar los brazos, dándonos ese espaldarazo necesario. Y por supuesto al equipo, que se “animaron a animar” y juntos lo logramos. A “Tuky” Cordero, por sus infinitas ganas, su universo interior y su humor siempre vivo. A Fabricio Diaco, por su talento y su voluntad de expandir posibilidades. A Mauro Arch, por ser la asistencia desinteresada y a toda hora, facilitándonos acortar caminos. A “Koky” Martinena, mi hermano, que me sugirió posibilidades, sorprendiéndome a cada momento, porque supo desde siempre leer mis pensamientos. A Gerónimo Pacheco, que con su destreza técnica y su predisposición, pudo sobre-elevar nuestro universo con detalles.
Y por supuesto, a todos aquellos que, de una u otra forma, celebraron a nuestro lado la posibilidad de que hayamos podido consumar nuestro deseo que, sorteando tecnicismos, ¡Por fin llegó!
Fabián Martinena
Hello
Interesante el trabajo que se realiza en Argentina para este tipo de películas.
Ya los agregué en el Blog de Cine Argentino. Saludos.